domingo, 27 de febrero de 2011

La empresa es su estrategia


Es tremendo observar como a las cosas importantes a menudo son a las que menos tiempo dedicamos; todos hemos estado en esos cursos donde nos explican que debemos diferenciar lo importante de lo urgente, y siempre salimos de allí con buenos propósitos pero pensando que nos va a ser difícil cambiar de hábitos.

La pereza mental tiene un mecanismo favorito: la miserable falta de reflexión. Sin reflexión pasamos nuestros días haciendo el tonto; se puede hacer el tonto de muchas maneras, tales como perseguir objetivos que realmente no nos satisfarán en lo que pensábamos, seguir caminos por los cuales es imposible llegar ó simplemente estar distraídos con minucias y tener una batería de excusas para justificarnos por qué no hacemos algo más.

Lo anterior da para mucho, pues además afecta tanto a personas como a organizaciones de toda índole. Para las empresas es un pecado que se suele pagar con las pérdidas.
La estrategia de negocio es el centro en torno al cual se debe construir todo en una empresa. La estrategia se diseña a partir de un análisis profundo del mercado y de todos los agentes y factores que intervienen (clientes, proveedores, competidores, productos sustitutivos, cambios previsibles…). Es necesario para la empresa estar constantemente monitoreando todas estas variables, interpretándolas y poniéndolas en reflexión.

La estrategia de la empresa es la que fija los objetivos realizables y medibles, diseñando también las prácticas y directrices para llegar a cumplirlos. La estrategia es en esencia dinámica; evoluciona con cada nueva posición. En la competencia por el mercado no permanecerá el más fuerte y ni siquiera el más inteligente, sino el que tenga la capacidad para asumir su posición y elegir la estrategia correcta adelantándose al resto. ¡Magnífica noticia!

sábado, 19 de febrero de 2011

Don Francisco



Don Francisco medía casi 2 metros. Su presencia era imponente, ataviado con aquella sotana y el alzacuello desafiaba tanto a los calores de junio en Sevilla como a cualquiera de nosotros que se hiciera el remolón y pasara de ir a misa. Juraría que sus gafas de pasta sesenteras eran del mismo modelo que las de las estampas del, entonces, beato Jose María. Detrás de aquellas lentes surgía una mirada convencida, que tenía urgencia por predicar y dar sus frutos.

Los sermones de Don Francisco tenían siempre un tono persuasivo; estaban bien rematados y cerrados, sin espacio para retocar, añadir ó quitar.  Eran monólogos estudiados e inspirados en el manual. En aquella mesa pequeña, sobre la que se doblaba para encajar cada tarde, estaban siempre su breviario, la biblia, el catecismo y un par de libros del fundador. A veces también se traía alguno de los que trataban sobre la vida de santos. Compaginaba sus exégesis preparadas al detalle con lecturas de pasajes y oraciones.

Creo que no quedó demasiado en mi de todos esos esforzados discursos… pero sí recuerdo aquella tarde cuando escuche una de las historias más reveladoras que jamás se han escrito. Don Francisco leía un libro sobre Teresa de Lisieux; en la escena aparecía una hija del rey de Francia mientras era peinada y acicalada por una sirvienta. De repente la infanta hija del monarca absolutista se levantaba de su silla escandalizada por un comentario despectivo hacia ella de su sirvienta. Enfurecida le espeta “¿Pero cómo te atreves? ¡Yo soy hija de tu rey!”; y en aquella situación la criada se pone de pie, y clama por lo humano que nos iguala y nos lanza; grita por los siglos de sordera;  se rebela por la dignidad; “¡ y yo soy hija de tu Dios!”.

sábado, 12 de febrero de 2011

El emprendedor innovador







Aunque desde sus orígenes la ciencia económica dio una relevancia superior al emprendedor, la valoración de este factor de producción ha pasado por épocas donde ha sido despreciado. El último ejemplo lo vivimos con la explosión de la burbuja de las PuntoCom en el 2000. Esa figura estereotipada por el ingeniero informal e introvertido cayó en desgracia frente a los tiburones acicalados que examinaban balances y comparaban cash-flows al mando de sus hedge-funds; pero nada más asomar la crisis, se empezó a echar de menos a esos pioneros sin complejos que construyen sobre sus ideas rompiendo moldes.

El emprendedor es en esencia un innovador visionario con sentido práctico. Se apasiona por su proyecto y es capaz de asumir los riesgos e inconvenientes de lanzar su idea. No debe ser confundido con el director, gerente ó CEO de una empresa, al cual la ciencia económica considera  un trabajador más otorgándole un papel mucho menos importante. En el management moderno el gerente tiene las tareas de organizar, dirigir, planificar y controlar la empresa con el objeto de dar valor al accionista. El emprendedor es mucho más. Habitualmente ejerce de director en los inicios pero su principal actividad tiene más que ver con la creación de nuevos productos ó servicios, nuevos modelos de producción, nuevos modelos de negocio ó el desarrollo de nuevos mercados.

Los emprendedores nacen llevando en su seno esa inquietud constante y un punto de rebeldía que les permite ver nuevos caminos y oportunidades. El pragmatismo y su resolución a persistir con sus objetivos definen su actitud. Son individuos con habilidades sociales, capaces de generar entusiasmo y sumar apoyos. Los emprendedores son esa fuerza que irrumpe para transformar todo. No lo hacen en cualquier caldero; sólo donde el caldo de cultivo tiene temperatura y posos para que florezcan.

martes, 1 de febrero de 2011

Sarampión

Me impactó su nombre. Sarampión Fernández. Por aquel entonces yo pensaba que era difícil que me volviera a sorprender el nombre exótico de algún caribeño. Ya había conocido a Darling, a Dinner y a Ivanhoe entre otros. Tiempo después, en Filipinas, quedaron ampliamente traspasados los límites de mi capacidad de asombro en este tema; pero esa es otra historia.

Sarampión ocupaba el asiento de al lado en el autobús con el que íbamos a cruzar la Gran Sabana, desde el Orinoco a la frontera con Brasil. Pronto me percaté de que Sarampión conocía el camino y era asiduo de aquella ruta, cuando saludó a un paisano suyo unas filas más atrás. Tenía una sonrisa que parecía perenne, como cincelada en aquel rostro duro con bigotes largos y ceño poblado que el sol había quemado durante cincuenta años. Camisa a cuadros, tejanos y dos gorras con las inscripciones del FBI y de la DEA.

Sarampión me contó que era minero de pico y pala, buscaban oro y diamantes, y que después de 4 meses regresaba a casa para celebrar la Navidad con su esposa e hijas. Era una ocasión especial pues iba a conocer a su tercer nieto. Él era una especie de free-lance de la minería. Se unía a otros mineros y buscaban yacimientos para explotarlos por su cuenta.


Sarampión relataba historias de garimpeiros y furtivos viviendo en aquellas tierras su particular fiebre del oro. No había dado aún con ese proyecto soñado que le permitiera retirarse, pero estaba orgulloso de haber podido criar a sus hijas sólo con su trabajo y sin recurrir a las gratuidades de los gobiernos de Venezuela. El oro y los diamantes no tenían ningún glamour para Sarampión, más allá de que le permitían la dignidad de ganarse el pan, y las hallacas.