miércoles, 22 de junio de 2011

Henry

El hermano de Henry se acomodó en la caja de la pick up cubierta y me pidió que yo me sentara delante. Dejé mis cosas allí y me senté en los asientos de cuero, que estaban llenos de los pelos blancos de un husky precioso que andaba por allí. Henry, al volante, comenzó a hablar en tono muy amigable, con ganas de agradar, aunque no podía disimular la frustración que en ese momento le recorría.

Tardamos más de media hora en llegar a la entrada de Kruger Park que enlaza con la carretera a Nelspruit; aunque yo había estado 4 días en el parque todavía pudimos ver en ese trayecto una pareja de perros salvajes sudafricanos, especie de las más esquivas según Henry.

Henry tenía unos 45 años; vestía con pantalones anchos y caídos, que conjuntaban con su camiseta desgatada y la barba rubia de media semana. Hablaba de manera atropellada, nervioso, pero se explicaba perfectamente. Yo le escuchaba atento y él notaba que seguía sus argumentos comprendiendo los énfasis que hacía.

Aquella conversación duró una hora y media. Henry comenzó contándome como con mucho esfuerzo había montado aquella empresa que organizaba safaris; el negocio iba bien pero dependía demasiado de él y no podía confiar en los empleados que tenía. Acababa de regresar de dos semanas de vacaciones y estaba comprobando el abandono y desidia en el que se había quedado todo en su ausencia. Hablaba incluso de pillaje y daños a propósito hecho por algunos empleados. Henry estaba muy contrariado porque era la historia repetida. Comentaba que cuando comenzó en su juventud pagaba a los empleados por encima de mercado y les daba más vacaciones, era además su manera de impulsar el movimiento de optimismo e integración que en aquel momento se vivía en Sudáfrica. Él era entusiasta de aquel ideal… pero con el tiempo había tenido que llegar a la receta del sticks and carrots como única que funciona.

Lo intenso para mi del asunto es que detrás de esta conversación estaba presente en todo momento el tema racial. Los últimos 15 minutos Henry se sitió en confianza y empezó a hablar abiertamente con cuestiones como “en Europa es que no habéis vivido lo que aquí”, “desde allí es muy fácil juzgarnos” “We’ve been 300 years here and we know what we say”. Henry se mostraba sobre todo frustrado, y decía que él había sido uno de los últimos idealistas blancos en creer en la igualdad de las razas en Sudáfrica. Decía que detrás de toda la fachada política, los blancos sudafricanos tienen el convencimiento sincero (y para él también triste) de que los negros son inferiores intelectualmente y en el control de sus impulsos. La educación tampoco era la responsable de aquel atraso; su última frase lapidaria fue esa de “look at Zimbabwe, they had the best education, even better than white people here, and they are the most fucked”.

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